«San Francisco Javier llevó el pan al Japón. Nosotros compartimos con vosotros las artes marciales.»
Por BEGONA DEL TESO, prestigiosa periodista del Diario Vasco
Sucedió en Oiartzun entre el Sábado de Gloria y el Domingo de Resurrección: quedó inaugurado el Centro Europeo de Kenpo Kai, arte marcial creado a partir de las técnicas del Kenpo del periodo chino So unido al Budo japonés. Más de 300 guerreros-filósofos de Euskal Herria, Francia, Venezuela, Japón, España, Italia, se dieron cita bajo la égida de Chiaki Ohashi, una de las últimas leyendas vivas de las artes marciales, y de otro Gran Maestro, Takao Asai.
-BEGOÑA: «Maestro, me han dicho que en Oriente usted es considerado un dios, tratado como un dios. Perdón, nunca he hablado con un dios.»
-OHASHI: «Tranquila. He venido a aprender y he aprendido. El otro día fuimos a comer a un lugar cercano. Comimos todos juntos. En la misma mesa. Mezclados los alumnos, los profesores; los cinturones amarillos con los novenos Dan, ‘dioses’ y maestros. Eso, allá, en Japón, en nuestros cuarteles generales, habría sido imposible. Ves? he aprendido. Hablemos pues.»
-B: «Gracias, Señor. Sin embargo, me imagino que Oriente no habrá aceptado tan alegremente que los occidentales practiquemos las artes marciales, raíz de vuestra filosofía de vida, muerte y superación.»
-O: «Te equivocas. San Francisco Javier, vuestro Francisco Javier, llevó al Japón el pan y lo hicimos nuestro. Por la misma razón, compartimos con Occidente las artes marciales. Sin ningún problema. Ves aquel hombre grande enseñando judo a esos niños? Es madrileño, de los vuestros. Sin embargo, ha sido profesor de judo de la Policía Japonesa. En todas las artes marciales los occidentales han llegado a ser campeones del mundo así que, como ves, no sólo es que no nos importe es que, además, podéis ser mejores.»
-B: «Señor, los dos Grandes Maestros aquí presentes, usted y Takao Asai, son auténticas filigranas de hombre. Los europeos y americanos son, ‘hombres grandes’. No sorprenden cuerpos tan imponentes?»
-O: «Sí. El occidental se mueve, ocupa el espacio, pisa la tierra, de manera distinta al oriental. Eso también hemos de aprender de vosotros. Sabes cómo aceptaron en América las artes marciales?»
-B: «No, Maestro. Cuéntemelo.»
-O: «Un maestro oriental se enfrentaba a un luchador americano. Tras un buen golpe, éste voló por el aire pero el maestro sostuvo en el último momento su cabeza para que no se estrellara contra la lona. Entonces, los americanos vieron que el judo, el karate, el kung fu, eran cosa digna y los aceptaron como prácticas deportivas.»
-B: «‘Prácticas deportivas…’ Creía, Señor, que el Kenpo y otras artes eran, una filosofía, un camino; forma de unión con el Universo.»
-O: «Lo son. Tanto que, como te he dicho, no deseas en el combate la desgracia de tu contrincante. Tanto que tan importante es la lucha como el ritual que la acompaña, ritual que comienza con un saludo y termina cuando, tras la pelea, los contrincantes se dan las gracias por haber compartido la lucha. Y es a la lucha en sí, a la escenificación de ese combate del hombre con su propio corazón, con su mente, lo que aplaude el público puesto en pie.»
-B: «El mismo saludo tiene, Gran Maestro, unos códigos que sólo los elegidos conocen.»
-O: «Cuando eres un simple alumno y ni siquiera tienes cinturón, ni siquiera el amarillo, cuando eres…»
-B: «Un pequeño saltamontes, Señor?»
-O: «Sí, cuando aún eres totalmente insignificante, tu saludo es de absoluta sumisión al Maestro, tu nariz toca el suelo. No puedes mirar a ninguna parte. Poco a poco, podrás empezar a alzar tu mirada. Primero deberás controlar lo que está a tu alrededor para mantenerte alerta de por dónde puede venir el golpe. Cuanto más aprendas, descubrirás que hay muchas maneras de mirar. Sabrás mirar la sombra de tu rival. Serán los ojos los que te avisarán de su ataque. Muchos combates se ganan antes de atacar, se ganan por haber tomado la mejor postura, por haberla zafado de los ojos de tu enemigo. Si ya estás frente a frente, habrás de mirar todo el alrededor de tu contrario. Dirigir la mirada a sus brazos porque la mínima pulsión de ellos te adelantará la trayectoria de su próximo golpe.»
-B: «Ser cinturón negro será saber mirar como un dios, Maestro.»
-O: «No olvides que el Dan máximo no representa sólo la máxima destreza física sino también el poder de la mente y del corazón.»
-B: «Señor, sin embargo hay otro camino. Sin golpes, el del monje.»
-O: «Es verdad. ¿Y sabes qué? Según la leyenda, un shogun preguntó quién, el monje o el guerrero, sería capaz de tocar a un tigre furioso. El guerrero atacó, lo inmovilizó y le tocó. El monje meditó y le miró. El tigre se le acercó como un gato mimoso y se dejó acariciar. ¿Lo entiendes?»
-B: «Entiendo, Gran Maestro.»